jueves, 31 de mayo de 2012

Dulce, maní dulce, maní

Os dejamos un relato que escribimos junto a Catuxo Badillo, coordinador de Oné respe, con motivo de denunciar la esclavitud y el tráfico de menores haitianos.



Dulce, maní dulce, maní           
            Marie recuerda como despertaba cuando el sol, de intruso, comenzaba a asomarse por las numerosas rendijas, del tramado desgastado de hendiduras y  agujeros del techo de zinc viejo. Mamá les había enseñado, a ella y a René, su hermanito, que cuando el sol dibujaba misteriosos garabatos en las paredes de cartón del barracón, comenzaba un día maravilloso. Les encantaba esperar las primeras luces del día, quedarse en la esterilla aposentada en la tierra, cuchicheando, inventando cuentos, descubriendo animales, seres fantásticos, embarcados en aventuras que modelaba el juego de luces y sombras que avivaba aquella única habitación. Después que su mamá apartaba el ajado mosquitero y les daba un beso de buenos días, se levantaban.
            Entonces, en lunes o viernes, días de acudir al mercado, los tres cargaban cubos repletos de maní, los acomodaban sobre sus cabezas y caminaban hasta la frontera de Wanament con Dajabón. Allá, en la ribera del río Masacre, cerca del puesto fronterizo domínico-haitiano, sumaban a la algarabía intensa y persistente del mercado, de voces mezcladas en español y creol, el pregón de “¡dulce, maní dulce, maní!”. Estaban orgullosos de vender maní: es un fruto mágico, les dijo, una vez, su mamá, pues hace que el hambre desaparezca. A veces les regalaban cucuruchos a otros niños y niñas que no habían vendido nada.
            Los martes, miércoles y jueves, terminaban rápido las labores de la casa, para acudir a la escuelita comunitaria en la tanda vespertina. Marie recordaba esas tardes en la escuela como un abanico de colores: el amarillo y azul de las tizas, el verde oscuro de los pizarrones, el blanco de las hojas, la negritud de sus trazos, los naranjas y violetas de los aros para jugar, el marrón de los frijoles que les daban para comer, el gris plateado de la cuchara...
           Un viernes su mamá no apartó el mosquitero a pesar de que se hacía tarde para ir al mercado. Quedó inmóvil por un largo rato en su tablón de madera. Estaba muerta, y con ella el desfile de luces, leopardos, letras, estrellas, elefantes, aviones cometas de ese día y de todos los días. Desde entonces, la vida perdió alegría. Marie y René fueron a vivir con su vecina Cristene, y sus siete hijos. Apenas había arroz para todos y todas. Un lunes, Cristene le presentó a un hombre que la miró fijamente, y le aseguró, agarrándola por la mano, que la ayudaría a vender de nuevo maní en la frontera. Así podría ayudar a su hermanito, pensó. Marie de repente imaginó montañas repletas de maní que tocaban las nubes, y se vio enrollando viejos papeles en divertidos cucuruchos que ofrecer en el mercado. Sí, como no, ella podía hacerlo. Podría comprar arroz e incluso zapatos. Tomó algo de maní, lo colocó en su cabeza y subió a la moto del hombre mayor. Durante el viaje todo le habló de su mamá. Sintió su presencia protectora.
            En menos de una hora llegaron a la frontera. En la orilla haitiana del río, más de cien personas hacían fila para cruzar. Por el puente fronterizo había que presentar documentos; por el río, bastaba pagar. Marie observó que el hombre que la acompañaba conocía aquellos manejos. Le dio dinero a un militar, y entregó a Marie a un hombre que cruzó con ella el río Masacre hasta llegar a tierra dominicana. Allá le pagó a otro y la llevó a una casa donde esperaban varios adultos y cinco niñas más, todos haitianos.  Permanecieron allí hasta temprano en la madrugada. Entonces, aprovechando la oscuridad, salieron caminando de Dajabón. Marie se acababa de convertir en una niña traficada; caminó dos días con sus noches por el monte. Hablaron poco, nadie le explicó nada mientras andaban. Sólo sentía el dolor de sus pies. Salieron a camino y tomaron un transporte público. Esa noche llegaron a una casa en la que vivían otros haitianos, en un poblado dominicano del que nunca había oído hablar. Nada más llegar al nuevo lugar, la “tía” le tenía trabajo que hacer; era una restavek.
            Las mañanitas perdieron su encanto. Madrugaba. A las cinco estaba en pié. Aseaba la cocina, vaciaba las bacinillas, trapeaba, fregaba los cacharros, barría el suelo y el patio; despertaba a los cuatro pequeños de la casa, los bañaba, les daba el desayuno, y ordenaba sus habitaciones, los preparaba para la escuela. Más tarde salía a comprar, cargaba agua, cargaba carbón; llegaba a casa, ayudaba en la cocina y seguía trapeando, ordenando en silencio todo lo que su nueva "tía" disponía. Nunca terminaba de hacer labores. Y eso a cambio de un plato de comida: la tía decía que bastaba, que se olvidara de la escuela pues había trabajo que hacer y de nada servía a una haitiana asistir a la escuela dominicana.
            Al principio no le importó trabajar, soportar las largas jornadas, mantenerse ocupada. Llegó a pensar que la plata que no recibía iba para su hermanito. Pero deseaba volver a la escuela.
           En las noches soñaba con su madre y con la escuela. Sabía lo que quería. Bastaba acudir a la tanda vespertina y embriagarse de nuevo con el arco iris de la escuela. Aprender rápido a leer y escribir bien. Aprender a sacar cuentas. Sembrar y vender maní. Sí, soñaba con escaparse. Volvería a Haití, y realizaría su sueño. Un sueño de milagros, pues como decía su mamá, el maní tiene poderes. Sembraría en primavera y una vez recolectado habría suficiente hasta para compartir con los que no tienen. Incluso, si estudiaba lo suficiente descubriría una comida especial que quitase a todos y a todas, el hambre. Sí, arroz de maní, pasta de maní, dulce de maní... El plan era sencillo. Sólo tenía que buscar a su hermano y regresar a la escuela. Todo lo demás vendría después. Ella y René regresarían al barracón. Allí sabrían sorprender el desfile de garabatos que el sol dibuja en sus paredes, y otra vez cada día sería realmente mágico. Sentir la libertad de gritar, en su tierra, Haití: ¡Dulce, maní dulce, maní!

viernes, 27 de abril de 2012

Apoyo para nuestra querida Arelis

        Amigos/as estas fotos muestran escenas de la pérdida de la casa de una compañera y amiga de Haina. Arelis, promotora en el proyecto de Oné Respe ha perdido su casa con todos los enseres tras un incendio, compartimos estas imágenes por si alguien se anima y hace llegar su solidaridad a través de Rdsol para ella y su familia.




Mil gracias...

jueves, 17 de noviembre de 2011

Mercadillo de Navidad


En el próximo mes Rdsol tendrá la oportunidad de exponer de nuevo artesanía en un mercadillo solidario como el pasado Abril dónde recaudamos diversos fondos con el objetivo de apoyar a la ONG Oné Respe. A través de la venta de artesanía se pueden realizar muchas iniciativas en las escuelitas....

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Verbena Oné Respe. Un toque de alegría.


                Este próximo 27 de Noviembre en Santiago de los Caballeros, en la sede de Oné Respe organizarán una verbena con el fin de recaudar fondos para los programas de trabajo comunitario en las áreas de educación, salud y derechos humanos. Entre las actividades que se van a realizar:....

lunes, 3 de octubre de 2011

Haití, país ocupad


Por Eduardo Galeano:  *Consulte usted cualquier enciclopedia. Pregunte cuál fue el primer país libre en América. Recibirá siempre la misma...